Lo vi venir, haciendo alarde de su producto. Demostrándolo ante el -bastante-hostil público del subte. Pasó por delante mío, sin ofrecerme nada y a la espera de ser llamado, tal como hizo con los otros pasajeros. Dudé en pedirle que frenara. Sentí que mi indecisión demoraba todo, y que él se iría, dejándome sin mi compra...
Pero volvió a pasar, para ir a buscar una caja con el resto de sus productos. Pude ver que tenía de más colores, y tomé la decisión. Llamé al vendedor, y me compré (sisí, ME compré) una pizarra mágica.
Madurez, la llaman.
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