2 de mayo de 2010

Domingo otra vez

Si hay un día deprimente para mí, es el domingo; siempre lo fue. Siempre me pusieron triste esas tardes interminables, sin nada para hacer, intermedias entre el fin de semana que se había disfrutado -o no- y la vuelta a la rutina. Claro está que, más allá de esta concepción de "tarde de domingo", cada época tuvo diversos ingredientes gracias a los que mi sensación fluctuaba.

Estas últimas semanas fueron particularmente tensas. Podría decir que el "síndrome dominguero" no distinguió entre día hábil, feriado, mañana, tarde o noche. Fue una constante. Con intervalos, claro. Intervalos que hicieron que cuando el síndrome volviera, arremetiera con mucha más fuerza. Durante un mes, días más, días menos, viví "el domingo de una relación", la sensación de soledad, tristeza y desasosiego de querer sostener algo que me hacía mal, porque esperaba que llegara el lunes y todo volviera a la normalidad.

Pero parece que nos estancamos en el séptimo día, y no es casual que hoy haya terminado.